Para comprender la representación del cielo en la cosmovisión muisca, se hace una analogía de la relación del paisaje y los imaginarios sociales construidos a partir de la observación del cosmos. Iniciando con la definición del paisaje planteado por Dollfus como el aspecto visible, directamente perceptible del espa­cio; se describe y se explica partiendo de las formas de su morfología (1978:13), por lo tanto, es necesario saber interpretarlo, identificar los elementos que lo componen, las relaciones y su dinámica. En determinadas ocasiones el paisaje se convierte en un ele­mento de identidad para sus propios habitantes (Álvarez, 2013).

Siguiendo con la analogía, consideramos de importancia las representaciones sociales otorgadas a la relación con el paisaje, que en este caso hace referencia al cielo. De acuerdo con José Manuel Echavarren, cuando una persona contempla un paisaje, establece un diálogo entre la percepción y las interpretaciones culturales aprendidas sobre cómo percibirlo y cómo entenderlo. La propia percepción del paisaje implica la creación de símbolos y significados a partir de elementos materiales diversos, de manera que el observador recoge las irregularidades, las singularidades, las características del entorno y las ordena enfatizando unas sobre otras. (ECHAVARREN, 2009).
Asasac
Esas representaciones simbólicas concebidas, permiten la construcción del imaginario social expresado en creencias, usos y costumbres. Para Néstor García Canclini, es lo que contrasta lo simbólico y lo real, teniendo en cuenta un contexto socio-cultural. Se puede decir que imaginario es lo que no se conoce, remite a un campo de imágenes diferenciadas de lo empíricamente observable que corresponden a elaboraciones simbólicas. (García Canclini, 2007) Por otro lado, para Bronislaw Baczko son representaciones de la realidad social, pensadas y elaboradas con materiales tomados del caudal simbólico, tienen una realidad específica que reside en su misma existencia, en su impacto variable sobre las mentalidades y los comportamientos colectivos, en las múltiples funciones que convergen en la vida social. (Baczko, 1999).

Sobre el plano celeste se toma como punto de partida la línea de la eclíptica, definida por el tránsito aparente del sol en la bóveda celeste durante un año, a partir de ahí se delimita el área de investigación a 20° norte y 20° sur de esta línea, dando como resultado un fragmento del cielo sujeto a estudio.

Este plano está dividido en nueve unidades perceptivas que facilitan la observación de la bóveda celeste y la comprensión del atributo dado por la cosmogonía muisca a cada una de ellas. Lo anterior está basado en el concepto de unidad de paisaje, el cual nos permite metodológicamente definir las unidades perceptivas. Según Ibarra Benlloch, las unidades del paisaje son porciones del territorio con un mismo carácter, es decir, están caracterizadas por un conjunto de elementos que contribuyen a que un paisaje sea diferente de otro, y no por ello mejor o peor. Del mismo modo surgen combinaciones singulares, aunque agrupables en familias y asociaciones, de componentes temáticas, espaciales y temporales, que son entendidas como combinacio­nes autónomas (el todo es más que la suma de las partes) (Álvarez, 2013).

Conforme a lo anterior la unidad perceptiva se definió como un bloque del cielo con características homogéneas, cartografiables y con similitudes entre los elementos pertenecientes a esta, así mismo, se identificaron diferencias con otros transectos, técnica usada en la ecología para la observación y registro de datos desde un punto A hasta un punto B.

En primera medida, se identificaron los factores comunes y las diferencias del transecto determinado. La segunda etapa fue la consolidación y caracterización de las unidades perceptivas a partir de las similitudes y discrepancias. Una vez definidas, se concluye recogiendo las lecturas e interpretaciones por parte de la comunidad muisca.

No obstante, antes de ahondar en las apreciaciones de la comunidad muisca, se indagaron referencias bibliográficas, especialmente de cronologías de la conquista con el fin de vislumbrar la relación de los pobladores cundiboyacense con el firmamento. Así como lo ha documentado la historia y ahora la etnografía los pueblos originarios a lo largo del mundo han observado el cielo, la puesta de luz y la aparición de cuerpos celestes sobre el transcurrir del tiempo que han llevado a la conexión con actividades humanas relacionadas al cultivo, descanso, creencias y consolidación de mitos fundacionales, entre otros.

Actualmente desde la astronomía cultural se ha explorado conocimientos que remontan a usos y costumbres de los pueblos nativos, en el ensayo desarrollado por Persis B. Clarkson y Luis Briones Morales de Astronomía Cultural de los Geoglifos Andinos, se plantea que los calendarios nativos de los andes y los trópicos están basados en la observación del sol y los puntos extremos observados en el horizonte. Existen dos tipos de tal calendario, uno basado en los solsticios y equinoccios y otro basado en el tránsito solar del cenit (Clarkson & Morales, 2014). Denota también la conjunción de elementos naturales con fenómenos celestes observables, así mismo contempla la importancia de las montañas conocidas como la llave fundamental en la cultura andina[1]en los mitos, símbolos, rituales e historia en la cultura andina está bien documentada y ha dado énfasis a dicha importancia, como canales para el control del ambiente, el agua y la importancia consecuente de este control en la vida de los agricultores y pastores[2] (Clarkson & Morales, 2014)

Acudiendo al llamado para resignificar la memoria y recomponer las raíces, nos permitimos indagar la forma en la que los muiscas de hoy observan el cielo, teniendo en cuenta los imaginarios sociales construidos por parte de la comunidad a partir de los símbolos y significados otorgados al universo.

[1] (Bastien, 1978) citado por Persis B. Clarkson y Luis Briones Morales